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Cambios. Las personas trans consideran que la normativa que entró en vigor este mes les da «credibilidad y derechos» después de muchos años de lucha.

Marina González Alonso tiene veinte años y los últimos meses se los ha pasado esperando a que la ‘Ley Trans’ entrara en vigor. Este 2 de marzo por fin se terminó la larga espera tanto para ella como para todas las personas mayores de dieciséis años, que estuvieran deseando poder cambiar su nombre y su sexo en el Registro Civil, sin necesidad de cumplir ningún requisito. En su caso, ya se había cambiado el nombren hace tiempo, pero acaba de poder modificar su mención de género tras cumplir los plazos y reafirma la solicitud presentada en el registro. Por eso, ella celebra -como todo el colectivo- esta nueva normativa que es «un paso muy grande porque nos da credibilidad y derechos, que son dos cosas que merece todo el mundo».

Igualmente, Marina cree que esta ley debería «haber llegado mucho tiempo antes» porque seguro que así hubiera evitado innumerables quebraderos de cabeza a las personas trans. De hecho, para combatir ese desconocimiento tan habitual, esta ley propiciará que se incluya en los currículos educativos de todas las etapas la enseñanza en diversidad sexual, algo muy necesario para que la sociedad tome conciencia de las muchas realidades que existen. «Yo en Infantil ya me di cuenta de que me identificaba más con las niñas que con los niños, pero no había ningún tipo de información ni había oído hablar nunca de ello», desvela Marina.

Por eso, esta joven dejó pasar el tiempo hasta alcanzar la mayoría de edad y, con ella, la madurez. «Mi familia cercana me dio su apoyo incondicional al salir del armario», cuenta, pero reconoce que «las familias, a no ser que tengan una persona trans cerca, no saben lo que es o tienen unos prejuicios muy grandes».

Afortunadamente, el apoyo del entorno familiar suele ser inquebrantable. Así lo vivió al menos Jairo Fernández, de dieciocho años. «Con doce o trece años, yo ya me di cuenta de que algo me pasaba, pero no lo conté hasta más tarde porque el proceso de darse cuenta es complicado. No tenemos ninguna información», se lamenta, al tiempo que confiesa que estuvo «mucho tiempo con el runrún en la cabeza, pensando sobre qué podía ser lo que me ocurría».

Este joven promete que, en ningún momento, ni en el colegio ni en el instituto se tratan esos temas. «Las charlas que nos dieron en clase las conseguimos porque yo me metí en una asociación con más compañeros y dijimos que eran necesarias», cuenta.

Él inició entonces el proceso de cambio a los quince años y recuerda que tuvo que pasar por varias citas con el psicólogo de la UTIG (Unidad de Tratamiento de Identidad de Género) que no fueron muy agradables. «No me ayudaron mucho esas sesiones porque es una persona que estaba ahí para decirte si tú eras una persona válida para hormonarte o no». Y pasaron seis o siete meses hasta que Jairo pudo empezar la transición y ser quien realmente era.

Ese mismo descontento con la UTIG lo tiene Eidan López. «Yo vería perfecto que nos acompañaran psicológicamente, pero yo no viví un proceso de acompañamiento. Lo que viví fue a una persona que estaba comprobando si yo de verdad era trans», se lamenta. Además, a él, este proceso le tocó vivirlo en plena pandemia, con lo cual «pasó mucho tiempo hasta que esa persona cisgénero -su sexo es el mismo que el que se le asignó al nacer- me dijo que sí, que yo era trans».

Eidan, además, reconoce que en aquellas sesiones se reprimía. «Yo soy un chico muy afeminado e intentaba ocultarlo para que me vieran más varonil», indica, mientras dice que es inevitable que sea afeminado porque «viví veinte años como chica y me educaron como a una chica».

Pero los roles de género dan igual porque lo importante durante ese proceso es tener al lado apoyo e información. Eso también le faltó a Silvia García, una mujer transexual de veinticuatro años, que lleva unos tres o cuatro años de hormonación. «Cuando me di cuenta de que era trans, me vi como un barco a la deriva», recuerda. «Me hubiera gustado que alguien me contara cómo iba a ser el proceso, cuánto iba a durar, cómo gestionarlo…», reconoce. «Yo no sabía absolutamente nada y me hubiera gustado que me explicaran de aquella qué es ser transexual y saber qué medios tenía para cambiar mi cuerpo».

Para ella, esta nueva ley es un éxito porque «tenemos que ir consiguiendo derechos para las generaciones futuras», explica. «Las activistas que tienen más años que yo lo han tenido el triple de complicado y tiene que ir mejorando todo». Para ella, es fundamental que, en los colegios, «se enseñe a los adolescentes que hay más cosas que ser heterosexual u homosexual».

Muchos de estos jóvenes encontraron apoyo, durante su transición, en asociaciones como Llar Trans, presidida por Ángeles Fal, y que está integrada tanto por personas trans como por familiares y amigos. «Llevamos mucho tiempo peleando por los derechos de las personas trans», explica Ángeles. «Yo antes de que mi hija me dijera que era una chica, no me cabían en la cabeza muchos de los problemas que ellos se van encontrando por el camino», señala. «Por ejemplo, no te puedes imaginar que a una persona trans le genere ansiedad ir al baño en el colegio. Mi hija no podía ir ni al de chicos ni al de chicas porque en los dos la miraban raro».

Situaciones de ese tipo provocan que haya «personas adultas que han vivido toda su vida en el armario por cuestiones familiares o laborales». Ángeles por eso cree que la autodeterminación va a ayudar a muchos a dar un paso adelante. «Para esas personas, la autodeterminación va a ser un avance increíble porque, cuando dan el paso, ya no tienen que ir a la UTIG a demostrar quiénes son. Un adulto ya sabe perfectamente quién es».

Mané Fernández, el vicepresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays y Transexuales y activista de Xega, considera también un gran logro «poder optar a la autodeterminación desde la primera persona y sin un diagnóstico médico». Porque, además, con la antigua ley era necesario hormonarse durante dos años para cambiar de sexo y «no todas las personas trans quieren hormonarse para ratificar su identidad porque un cuerpo o una apariencia no marcan tu identidad. Este cambio es fundamental para que los trans manifiesten su identidad sin cortapisas».

Para él, todos los avances que supone la nueva normativa «son una victoria» y, por eso, cree que «es momento de relajarnos un poco, aunque tenemos que seguir peleando por cuestiones que no han quedado recogidas como las personas no binarias».

Y ya avisa: «Debemos estar ojo avizor con respecto a los mensajes negativos que prodigan algunas fuerzas políticas». Porque él, como todo el colectivo, tienen claro que «no vamos a dar ningún paso atrás. Lo que hemos conseguido ha venido ya para quedarse». Algunos como Jairo y Silvia no tuvieron la suerte de cambiar de sexo con esta nueva ley, pero no sienten envidian, saben que es un triunfo para quienes caminan tras sus huellas.