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Hoy se celebra el Día Internacional de la Visibilidad Trans. Una fecha que desde 2009 pretende crear conciencia y sensibilizar a la población mundial, con el fin de acabar con la discriminación hacia las personas trans.

La visibilidad que se busca en este día es una buena herramienta, básica para la sensibilización general y también para brindar apoyos a las personas, porque ayuda a aterrizar imágenes preformadas en el día a día, a poner en valor, a tener referentes, a normalizar… pero hablar de alguien/algo no siempre es visibilizar.

Últimamente se ha hablado mucho de la transexualidad, y casi siempre se ha tomado como un concepto abstracto, y sobre todo, una idea peligrosa, un riesgo y un peligro para el futuro, el nuevo fantasma que recorre Occidente. Muy poco se ha hablado, paradójicamente, de las personas reales que encarnan esta palabra, de sus problemas cotidianos, de los peligros e injusticias que ya existen y no necesitamos imaginarnos.

Cuando se cubre de barro la imagen que se muestra de alguien, cuando no se muestra que las personas trans viven en España vidas absolutamente cotidianas y son ellas las que se enfrentan a peligros reales, cuando un grupo de la población se convierte en una idea moldeada a base de miedo e ignorancia, cuando las personas cis hablan mucho de su miedo e ignorancia sobre las personas trans, no se visibiliza, sino que se caricaturiza, se fomenta el escarnio, la manipulación y el odio hacia lo distinto.

Poco tiene que ver toda esta exposición a juicio público que las personas trans han sufrido durante la tramitación de la mal llamada Ley trans (que en realidad afecta a todo el colectivo LGTBI) con la visibilidad que Rachel Crandall buscaba con la propuesta de este día. Nadie hablaba de las personas trans, ni mucho menos de sus problemas reales, nadie proponía ninguna forma de solventar los que desde el asociacionismo LGTBI veníamos denunciando, hasta que se pretendió disponer una herramienta para garantizar nuestros derechos: entonces todo el mundo tuvo algo que opinar sobre cómo garantizar sus derechos y cómo no hacerlo, sobre un tema en el que nunca antes se habían preocupado de abordar. De si eran reales o ficticias sus historias, sus problemas y hasta sus cuerpos. Si eran «peligrosas», si tenían «oscuras intenciones».

Hemos visto renacer en el siglo XXI el más puro espíritu de la Ley de peligrosidad social: personas sospechosas por el mero hecho de ser ellas mismas. Muchas personas jóvenes que no conocían esta ley están sufriendo hoy, que está derogada, esos prejuicios que perviven consciente o inconscientemente en los rincones de algunas mentes. La Historia se resiste a avanzar y esto merece reflexión y una valoración también de esa vuelta atrás en el tiempo, que nos alerta de que el avance en derechos no es irreversible.

Para no dar ni un paso atrás es necesario seguir caminando en la dirección marcada por los derechos humanos. El ruido mediático ha sido perverso. Utilizado en la mayoría de los casos como arma arrojadiza en enfrentamientos por el poder, en el que nada pintaban las personas agredidas en realidad. Como instrumento para darse publicidad o hasta de hacer caja. Y ha hecho mucho daño a personas concretas, ajenas a esas situaciones maquiavélicas planteadas, que solo querían vivir sus vidas. Mientras, han servido de cebo para que a su costa medrasen miserables que se regodean de las «grandes» ventajas de pertenecer a uno de los colectivos con las mayores tasas de suicidio, paro, bulling y abandono escolar, o dan lecciones de biología, y de identidad, manipulando la palabra ciencia y pretendiendo tutorizar a los demás y decidir quiénes son y cómo.

La labor de desmentir bulos ha sido ardua. Pero, si algo bueno ha tenido todo ese ruido causado por unos pocos es que no parece haber despertado al efecto buscado, sino más bien al contrario.

La sociedad española y asturiana hoy es más «protrans» que ayer, perpleja ante las desaforadas salidas de tono de tertulianos y tertulianas que han ido perdiendo credibilidad a medida que su discurso era replicado por personas trans y por todas las aliadas que han crecido sin cesar en estos tiempos. Por otro lado, en otros contextos más tranquilos al actual, la visibilidad se queda reducida a la aparición de unas pocas personas trans con un grado de exposición pública altísimo en superproducciones culturales (cine, series, moda…).

Por mucho que se argumente que estas plataformas «llegan a mucha gente», sigue siendo mucho más necesario fomentar de una forma rigurosa la inclusión laboral de las personas trans, que pasa necesariamente por hablar de todas ellas, en cualquier trabajo, en los más habituales y en los más escasos, en lugares visibles como una pasarela pero también como un humilde mostrador de una tienda.

Si hoy no las vemos no es porque no existan, sino porque no se las contrata, o si se las contrata muchas se ven obligadas a vivir con miedo a decirlo, a que «se note». La visibilidad pasa porque podamos realmente ver a personas trans en cada rincón del mundo real, siendo fontaneras, cirujanes o maestros, y que lo veamos una y otra vez hasta que no nos parezca ninguna novedad.

Conjugando el derecho a la intimidad y al trabajo con la aceptación de una visibilidad naturalizada, en la que no tengamos que intentar ocultar lo que somos para conseguir un puesto de trabajo o ser aceptades socialmente, o no tener continuamente una sensación de riesgo a malas experiencias. Cuando la visibilidad trans sea un hecho, simplemente sera irrelevante. Eso es la finalidad de la visibilidad trans: la inclusión social, la tranquilidad, la cotidianeidad, y la irrelevancia.